El Obispo Primado comparte una palabra pastoral sobre la seguridad y la responsabilidad de la Iglesia

Saludos, mi familia en Cristo. Permítanme compartir algunas palabras con nuestra Iglesia en este momento particular. Soy muy consciente de la profunda preocupación que ustedes han expresado sobre lo que le sucedió a la presidente Ayala Harris durante la Convención General el año pasado, sobre la disciplina de los obispos y sobre cómo podemos ser y convertirnos en una Iglesia que vive en el espíritu de Jesús de Nazaret: que transita en verdad por su camino del amor, y al hacerlo ayuda a que la Iglesia se convierta en un lugar donde todos sean acogidos y todos se sientan seguros. Todos estamos, con razón, preocupados por la presidente Ayala Harris y por todos los demás que han sufrido lastimaduras o daños en la Iglesia.

También soy consciente de que mis compañeros obispos dijeron en una declaración reciente que «existe la percepción —o la realidad— de que los obispos tienen vía libre en cuestiones de conducta». Ninguno de nosotros quiere que ese sea el caso. Por el bien del Evangelio, por el bien de nuestra integridad y, sobre todo, por el bienestar de cada hijo de Dios que es parte de esta Iglesia, no podemos, no debemos, y no nos quedaremos de brazos cruzados cuando alguno de nosotros resulte lastimado o afectado.

Desde mi perspectiva, contamos con un organismo que puede supervisarnos y orientarnos en esta tarea. La Comisión Permanente de Estructura, Gobierno, Constitución y Cánones es un organismo representativo, compuesto por diez laicos, cinco clérigos y cinco obispos. Su trabajo durante los últimos años ya ha conducido a la separación de las funciones pastorales y disciplinarias de la Oficina de Desarrollo Pastoral para los obispos. Se obtuvo financiación del Consejo Ejecutivo, y un gestor, que no es obispo, comenzó su desempeño en agosto.

Para continuar el importante quehacer de mejorar la disciplina eclesiástica en esta Iglesia, solicito a la Comisión Permanente de Estructura, Gobierno, Constitución y Cánones que asuma las siguientes funciones:

  1. Revisar la manera en que nosotros, como Iglesia, hemos llevado acabo el trabajo de disciplina eclesiástica para los obispos a lo largo de los años y delinear la evolución de este quehacer.
  2. Escuchar las preocupaciones y esperanzas de los laicos, el clero y los obispos de esta Iglesia.
  3. Identificar lo que ha funcionado y lo que necesita mejorar.
  4. Recomendar a la Convención General los cambios canónicos y procesales necesarios en la disciplina eclesiástica de los obispos.
  5. Identificar la financiación necesaria para emprender esta labor.

Con ese fin, también solicito al Consejo Ejecutivo, en consulta con la Comisión Permanente, que proporcione financiación para esta tarea.

No podemos cambiar el pasado, y siempre es cierto, como dice el Libro de Oración, que «hemos errado y nos hemos desviado [de los caminos de Dios] como ovejas descarriadas», pero podemos aprender del pasado, podemos aprender de nuestros defectos y de nuestro buen trabajo, y nosotros, habiendo aprendido de nuestro pasado, podemos entonces convertirnos y unirnos para crear un futuro, edificado en el espíritu de Jesús y en su manera de amar, donde todos sean acogidos y todos se encuentren seguros.

Cuando Jesús dijo: «Donde dos o tres se reúnan en mi nombre, allí estaré yo en medio de ellos», nos impartió algo de la profunda sabiduría de Dios y de un genuino camino de esperanza en circunstancias dolorosas.

Cuando nos unimos genuinamente en el espíritu de Jesús de Nazaret, aportando lo mejor que podemos, viviendo desde lo más elevado de nosotros mismos, con amor y respeto mutuos, la sabiduría de la sensibilidad pastoral, el pensamiento disciplinado y la experiencia profesional pueden surgir y ayudarnos, porque Dios estará presente en esto y Dios nos guiará. 

Tenemos trabajo que hacer. Y creo que, con la ayuda de Dios, podemos hacerlo juntos.

Podemos edificar una Iglesia en el espíritu de Jesús y en su manera de amar, donde todos sean acogidos y todos se sientan seguros.

Estoy personalmente comprometido con eso y haré todo lo que pueda para ayudar a nuestra Iglesia a reflejar verdaderamente el espíritu de Jesús y su manera de amar, donde todos sean acogidos y todos se encuentren seguros.

A fines de este mes, sus obispos se reunirán de manera virtual para nuestra reunión regular de otoño. El comité de planificación de la Cámara de Obispos está trabajando actualmente en diseñar una vía en la que podamos tener un diálogo ponderado y devoto sobre estos asuntos. Aunque probablemente estaré sujeto a cirugía durante la mayor parte de esa reunión, sé y creo que nuestros obispos están comprometidos a llevar a cabo esta tarea, al igual que el clero, los líderes laicos y otras personas de nuestra Iglesia.

Por eso, les pido a todos que nos decidamos a llevar a cabo esta tarea, ardua, santa y esperanzadora que tenemos por delante.

Pido que lo hagamos en el espíritu de Jesús de Nazaret y en su manera de amar.

Y les pido que unamos nuestras manos y que pongamos nuestras manos unidas, nuestras vidas y esta Iglesia en las manos de Dios.

Y creo fervientemente que al hacer esto, como dice el Libro de Oración Común:

«Todo el mundo verá y sabrá que las cosas que fueron derribadas se levantan, y las que envejecieron se renuevan, y que todas las cosas están siendo llevadas a su perfección por aquel por quien todas las cosas fueron hechas, el Hijo de Dios, Jesucristo nuestro Señor…»

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